JAPÓN 2011.1
Azul mar asesino,
gris dia roto,
negra noche larga.
Luis Vea García © 2011.
Azul mar asesino,
gris dia roto,
negra noche larga.
Luis Vea García © 2011.
Recogeremos las metáforas
de todos los poemas creados
y las lanzaremos al mundo
pero, al no tener valor económico,
el liberalismo no les otorgará crédito alguno.
No tendrá tipo de interés con el que valorarlas,
no cotizarán en bolsa,
no subirán el ipc a fin de mes.
El organismo regulador no permitirá que operen
y, al final, serán adquiridas en una opa hostil,
acabando sus días obsoletas
como la chatarra tecnológica que se abandona.
Luis Vea García © 2011.
No me acuerdo de quién fui
y el vínculo vertical se ha roto;
auguran noche oscura,
quizá desesperanza final.
No hay adiós sin hachazo
y el contorno no tiene más que una faz
para completar la esperanza.
Luis Vea García, 2010©
Una calle hastiada,
el coche la recorre,
quizá frena sus aristas en el asfalto.
Dos tipos.
Uno contempla una paloma,
frena su marcha y observa
su vuelo errático y apresurado.
Otro avanza y acelera,
engulle bajo el asfalto
el cuerpo mancillado.
Siempre dos posibilidades.
Luis Vea García, 2010©
Zarpar hacia el olvido
dejando estelas,
celajes de luz sublimada,
imágenes de foto fija…
Andar desiertos,
ascender volcanes,
enchumbar las plantas de los pies.
Balcones al Atlántico,
latentes y en estado de sitio,
hogares a medio hacer..
Así tu vida es tu lugar
y tu lugar, tu vida.
Luis Vea García, 2002.
Foto: Costa Calma (Fuerteventura) © LVG
Quería compartir algo en lo que estoy trabajando, todavía sin forma, todavía sin acabar, parte supongo de lo que será Hachazo de metrónomo. Tan solo tres versos que aquí dejo:
No hay razón para querer,
querer sin motivos,
la razón es el acto.
Decidme qué mortales palabras
os insuflaron a los oídos,
qué odiadas religiones os marcaron
que tan pronto olvidasteis a nuestros dioses,
decidme qué variopintos tormentos
sufrieron vuestras carnes,
de qué manera sesgaron vuestros cuerpos,
violaron a vuestras mujeres,
contadme qué encontrasteis allende del mar,
lejos de nuestras islas Afortunadas,
explicadme por qué aceptasteis
cambiar vuestros sagrados nombres,
contadme de vuestro regreso,
dadme motivos para asumir
que ayudaseis a emprender lo inenarrable
y así comprenderé vuestra contribución
a la maldita conquista
y que como Tanausú no gritaseis ¡Vacaguaré!
Luis Vea García, 2001©
* Palabras de un guanche a los guanches que fueron secuestrados por las tropas españolas y que retornaron a las islas para contribuir a su conquista.
Miro a lo lejos y el aire se enchumba
y, con el viento cálido del desierto,
roba silencioso las gotas de humedad
que luego me transfiere raudo;
brisa de agua, brisa de arena
se funden en el rostro que las recibe
bienaventurado con los ojos abiertos.
El sol me seca los poros, se lleva las gotas;
el aire deja la arena, silenciosa en mi cuerpo,
modifica la geografía de la tez,
forma jables entre los pliegues, junto a los lunares,
se abandona a crear desierto ínfimos,
obturando los cráteres de la nariz,
siembra de semillas de océano
los agrestes terrenos de la piel
mientras yo, absolutamente rendido a la quietud
levanto la vista y, junto al mar, y entre el polvo negro
diviso la silueta del castillo de San Felipe
y dejo que el atardecer me remita al recuerdo
y me enchumbe todavía las cavernas de la mente.
Luis Vea García, 2001©
Hay fuego tras el horizonte
y el péndulo de la mecedora
no deja de moverse
en el porche de la guerra,
agitado por la calma de un anciano.
Las balas recorren el firmamento
como malditos mosquitos de verano
expeliendo el veneno del odio.
Un soldado de dientes mellados
sonríe a cámara con el fusil en ristre
y una uve contagiosa.
¡Ar!
Maldito rambo de ojos desbordados
que más allá de Texas sólo viste desierto,
oculto tras la vestimenta de la guerra
escupes tabaco y rabia por América.
Pronto el horizonte se aniquila y balancea
y el anciano desde el suelo
contempla el miembro desprendido
mientras una voluta de humo y saliva
se desplaza desde la boca del soldado.
Que Dios bendiga a América.
Luis Vea García, 2005©
De Hachazo de metrónomo.
Publicado en la revista Azahar, n.62, diciembre 2006
Desde donde me promovió el destino,
el acontecer diario del mar,
como un bostezo retórico,
se reitera levemente.
Entre tierras mortales
y amaneceres cósmicos,
la vegetación resulta un estorbo
para observar la piedra.
Piedra cálida de sol,
margarita de lapilli fenecida,
ahogo pétreo que me regresa
a la humildad de la silla.
Y palidezco
-el mar dándome la espalda-
y la imagen hurga en las entrañas
como una flecha herida de recuerdos.
Luis Vea García,Ó 2004
III Mostra de poesia comparada de Sant Martí-
VV.AA, Ajuntament de Barcelona, 2005
La bruma desciende de la Esperanza,
la niebla cubre las Mercedes,
oigo el canto de las iglesias,
velo armas junto al padre Anchieta.
Me demoro en Santo Domingo,
me retuerce el alma la plaza del Adelantado,
recorro palacios, conventos y casas
San Agustín arriba, solitario.
Junto a la fachada de la Universidad
y a los dragos fúnebres y callados,
las huestes estudiantiles, agazapadas,
me empujan a las tabernas.
Suenan músicas y voces, bramidos de alcohol
ahogados en Doradas, comentarios de clase,
gritos que resuenan en las calles,
olvidos lejanos de casas señoriales.
La vida prosigue calle abajo,
los sonidos se agotan, las plazas se constriñen,
el tiempo pasa, la bruma se arrima;
Guajara, recuerdos de antaño en La Laguna.
Luis Vea García, 2002©
Reparo el silencio,
me sumerjo en el aire
entre carne escindida
-carne de la carne-
mientras el exquisito
balanceo de los días
me proyecta hacia delante
entre desnudos oblicuos,
brumas y medias partes,
velos descorridos
entre velas generosas
que se derraman sobre cuerpos
augustos de lamentos y acogidas,
lenguas que se abrazan,
miembros que se encogen y explotan,
lágrimas que brotan de placer
-carne de la carne-
y la mirada, agotada entre ensoñaciones,
me devuelve a las sábanas,
al cálido amanecer de lo posible,
la eterna erección del espíritu
que se proyecta más allá de la carne,
-carne de la carne-
escindida del placer,
externalizada de la mente,
entre seda me agazapo
y un cuerpo mullido de caricias,
ahora sí, me abraza
y apura el baile de la carne.
Y yacemos al fin juntos.
Luis Vea García,2002 ©
(*) Primer premio en el IV Certamen Literario Ciudad Sant Andreu de la Barca (Barcelona) 2003
Junto a la ermita de San Amaro,
desde el Mirador de la Paz,
las ansias y los lamentos se diluyen
y el relieve de la costa
desaparece engullido.
El ruido se amortigua,
la paz se hace profunda,
el pespunte costero
de rocas, playa y Lagos Martíanez
confiere un aspecto diferenciado
a esta franja de tierra
que linda con el mar.
Los claroscuros de las aguas,
como figuras ausentes,
desaparecen removidos
por los insistentes embates de las olas
que en su eterno devenir
azotan aguas, tierra y corazones
y agarrotan los recuerdos
que se hacen imperecederos
para aquellos que los vivieron...
Junto a la ermita de San Amaro,
desde el Mirador de la Paz,
la vida recupera el sentido,
se hace más real.
Es uno de los lugares
que no hay que dejar de pisar
mientras se vive.
Y volver al cabo del tiempo
es un despertar.
ã Luis Vea García, 2001
Escribir un nombre en letras de coral
y lanzar al mar las palabras
para que los acantilados las escupan
en brisas de espuma y sirenas,
ensortijar las sílabas de oro en papel
y dejar que broten los sueños de metal
atrapados en mechones de cabello
trazando estelas doradas en el horizonte,
reunir la filiación en mi pecho
y marcar con saliva la fecha de nacimiento
agradeciendo la temprana hora que dio a luz,
la hora que vieron los ojos los cielos,
blandir la espada contra el volcán
dejar que sus lavas me solidifiquen
que me moldeen en roque y lava
para que los amaneceres de tus ojos me divisen.
Luis Vea García, 2001 ©
Ojo por diente,
del turbio pensamiento
haces virtud
y mientes.
Hombro por mano
-porte altivo
y grave voz-
tienes la gracia de un rucio
y pretendes hacer
del insulto, bendición.
Si tu dios te oyera...
buen rayo el que te parta
y que otra raya
-la de tu pelo engominado-
por siempre se despeine.
Que con mi empeine
un buen puntapié
yo te arrearía
o quiza, fusta en mano,
hacerte poner a cuatro patas
como tú desearías al rival
en tu muy absurda oposición.
Pendencia buscas
aunque son más las ausencias
cuando lo que oyes
gustarte, no te gusta.
Bátete en retirada
cual cobarde
con tu cohorte cacareante
de repeinadas grullas,
vete ya, pollino,
que aburres
con tu dialéctica basura.
Luis Vea García, 2005 ©
Allá donde se cuenta,
en los mentideros del infortunio
donde las avenidas traslucen,
los caracteres abrevan
y las personas se diluyen,
allá en los corrales
donde la mentira es cheque,
los pasillos se angostan,
los rostros se reconocen
y las palabras se bisbisean,
los labios rezuman odios,
allá donde los engranajes se inician,
donde las máquinas funcionan
dando vueltas a la rueda
y los vocablos se confunden,
entre cámaras y despachos
campa lúgubre la mentira,
allá no hay vida,
salones rojos y micrófonos,
rostros que ni se miran,
tiempos que se agotan entre susurros,
allí nace la pantomima.
Allá donde se cuenta
no se escuchan palabras de a pie,
las voces sólo corroen,
la política está de luto:
los muertos somos nosotros.
Luis Vea García, 2002 ©
Por más que el tiempo transcurre y el corazón se evade,
que el pulso se aletarga en sucesiones de caricias,
que los recuerdos me imbuyen de espacios inocuos,
que me cabalgan en momentos infaustos
y me agreden en constante sucesión de venas cargadas,
de sangre roja que estalla y retorna,
Por más que el momento es más profundo que la hora,
que el instante es más propicio al alma que el día,
que la eternidad es un trance insufrible fuera de tu lado,
que el pintalabios no tiene sentido lejos de tus comisuras,
que el estómago se me retuerce en jirones
y las hormigas se agazapan al intestino cuando veo tu foto,
Por más que el plenilunio se alcance fuera de noches brumosas,
que la tierra mortifique con instantes perpetuos
y agonías que se agolpan monótononas,
que se detengan los relojes en los mediodías cotidianos,
que suenen los despertadores en mañanas solitarias
de sábanas cobijadoras de lamentos y falsas esperanzas,
Por más que segregue lágrimas a golpe de corazón,
que tu cálido susurro azul me estremezca,
que tu perfume de París me arrebate las remembranzas;
el destino sigue su curso bajo el mismo sol impasible
y las tenazas del tiempo te situaron en el umbral
de un hospital, en una camilla blanca, yerta.
Luis Vea García, 2001 ©