DESDE EL CASTILLO DE SAN FELIPE
Miro a lo lejos y el aire se enchumba
y, con el viento cálido del desierto,
roba silencioso las gotas de humedad
que luego me transfiere raudo;
brisa de agua, brisa de arena
se funden en el rostro que las recibe
bienaventurado con los ojos abiertos.
El sol me seca los poros, se lleva las gotas;
el aire deja la arena, silenciosa en mi cuerpo,
modifica la geografía de la tez,
forma jables entre los pliegues, junto a los lunares,
se abandona a crear desierto ínfimos,
obturando los cráteres de la nariz,
siembra de semillas de océano
los agrestes terrenos de la piel
mientras yo, absolutamente rendido a la quietud
levanto la vista y, junto al mar, y entre el polvo negro
diviso la silueta del castillo de San Felipe
y dejo que el atardecer me remita al recuerdo
y me enchumbe todavía las cavernas de la mente.
Luis Vea García, 2001©
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