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MADERA DE NÁUFRAGO. Blog de Luis Vea.

REDENCIÓN

Tomó el ascensor en el subterráneo donde acababa de aparcar previamente su vehículo. El ascensor, lejos de conducirle hasta la planta que daba al supermercado, le llevó a la que daba al nivel de la calle. Fue entonces cuando pudo observar la escena. Un hombre y una mujer. Un abrazo, un beso largo. Luego, una despedida. La puerta del ascensor que se cerraba. Y la sensación de turbación que debió de quedarle.

Llegó a casa poco después con la comida que acababa de comprar, unos precocinados. No había nadie. Oyó el maullido de su gato que vino a recibirle. Se restregó un par de veces en la pernera del pantalón y se sentó en el pasillo, esperando a que le dieran la comida. Él parecía no percibir lo que ocurría a su alrededor. Maquinalmente dejó la compra sobre la mesa de la cocina y luego fue al dormitorio a cambiarse. Mudó el traje y la corbata por el chándal. Fue entonces cuando la oyó llegar. Ella se apercibió de la presencia de él porque al introducir la llave -no fue necesario dar el par de vueltas habitual para abrir la puerta. Lo primero que vio fue al gato. Seguía en el pasillo, esperando acontecimientos. Ella entró en el dormitorio. El la vio y le dijo:

 - Cariño, he traído la comida.

Ella se acerco a él y le dio un beso corto y fluctuante, apenas vivo, leve, sin pasión. Fue como una constatación. Estoy aquí. Nada más. Luego ambos fueron a la cocina. Mientras él encendía el horno para que se calentase, ella puso en el cuenco del gato algunas croquetas de alimento para animales. El silencio se rompió con el ruido lejano de la masticación del felino. Él todavía tenía en mente la escena del supermercado, pero a ella no le dijo nada. Ella no sabía que pasaba por su mente, pero le encontraba ciertamente distante.

- ¿Te pasa algo, cariño?- le espetó súbitamente.

- No, estoy un poco cansado. He tenido un día ajetreado en la oficina.

Ella asintió entendiéndole y olvidó el asunto. Fue hacia la nevera y tomó la botella de Martini negro. Luego alcanzó del mueble un par de copas de cóctel. No le preguntó a él si quería una, simplemente se la sirvió como hacía habitualmente. Luego, se apercibió de que no le había preguntado.

- Cariño, ¿quieres una copa? Él estaba de espaldas a ella, tomando unos platos para verter en ellos la comida recién calentada. No pudo verla.

- No me apetece...

Y, mientras lo decía, se dio la vuelta y vio su propia copa.

-...pero ya que la has preparado...

Bebió de un trago. Tomó los platos y los llevó al comedor. La mesa estaba sin poner. Entonces, volvió con los platos a la cocina.

- Cariño, ¿puedes poner la mesa?

Ella se agachó para abrir un cajón. De él sacó un mantel, color blanco, algunas finas rayas apenas perceptibles. Tras de ella, él con la comida. Encendió la televisión. El espacio de silencio fue ocupado por el ruido.

-¿Seguro que no te pasa nada, cariño?

El negó, pero al rato apagó la televisión. Ella tenía el tenedor en la boca.

- Te he visto.

Ella tragó sin responder. Luego, y fríamente, le preguntó:

-¿Dónde?

- En el supermercado.

Ella le miró a los ojos y le espetó.

- ¿Te he dicho alguna vez algo?

- ¿Algo?

- De tus amantes.

- ¿Mis amantes?

- Mejor será que lo olvides.

-¿Que olvide lo que me acabas de decir?

Casi lo dijo con incredulidad y, a la vez, con furia.

- No, cariño, que olvides que me viste en el supermercado.

Y él volvió a encender la televisión. Ella tomó otro bocado y masticó lentamente en su boca. Luego le dijo:

-¿Y qué tal en la oficina, entonces?

 

*Redención forma parte del libro Cotidianos, Isla Varia, 2008.

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