DIARIO
Junto a mi casa hay un campo de fútbol y frente a él un pequeño callejón que se ha convertido en el callejón del gato, no el de Valle Inclán, en el que los espejos deformaban la realidad, sino el refugio intermitente de algunos pequeños vagabundos. Hace ya un tiempo que más de uno se acercó hasta aquí para ver si era cierta la noticia de que unos gamberros habían prendido fuego a la ventana de una casa sólo porque sobre su poyo se encontraba reposando tranquilamente un felino. Rociaron casa y gato y, a continuación, sin la menor censura, prendieron fuego. La casa estuvo bastante tiempo con una señal más que evidente y dos o tres gatos que allí habitaban tuvieron que ser atendidos de quemaduras y llevados a un refugio. La pobre dueña de la casa abandonó uno de sus amores, el que tenía hacia los felinos dándoles de comer. Pero pasado el tiempo han ido volviendo otros gatos, quizá hijos o sobrinos o nietos de aquellos otros que un dia moraron aquí. Y desde hace ya unos meses vino aquí a refugiarse uno. Yo creo que a morir tranquilamente. Es un gato que debió pasar mejores épocas. El tamaño de su cabeza y la longitud de su cuerpo atestiguan que debió de ser jefe de una camada. Ahora ha perdido esa condición pues su rostro descolorido y la baba que le cae de la boca le dan un aspecto lastimoso. Ya no se lava, se le ve tirado en cualquier lado, incluso en medio de la calle. Los conductores tienen que tocar el claxon para que mueva el cuerpo con desgana, avanzando apenas unos centímetros para que el vehículo pueda pasar. Está flaco y su piel enjuta apenas debe contener un ápice de fuerzas. Su cara de enfermo implora que le dejen morir en paz. Y es una pena porque es joven, o debió serlo, porque ahora parece exhausto y al mirarle a los ojos le pides por favor que deje ya de sufrir.
Para qué gritar cuando todo el mundo parece sordo.
Han estado haciendo obras para instalar o reparar en la Ronda de Sant Martí unas pequeñas franjas paralelas a modo de obstáculo para que los coches al llegar a ese punto reduzcan la velocidad, pero lo han hecho con tan mala pata que dichas franjas no van de extremo a extremo de la calle, sino que obvian los laterales predispuestos para el aparcamiento. El resultado así conseguido es que los coches al llegar a ese punto giran para seguir por esos carriles laterales que hay junto a la acera y evitar pasar sobre las franjas. De todas formas, como todas las estupideces siempre van juntas, tienen que reducir para no estamparse contra la acera por lo que el propósito inicial del que instaló los obstáculos se cumple a riesgo de empotrarse en el bordillo. Aunque conociendo la idiotez del ser humano no tardará en conseguirse que un coche aterrice en el pequeño lago del parque. Con lo fácil que hubiera sido alargar las franjas un par de metros por cada lado.
4 comentarios
carmen maria -
sin sitio ¿a quien hacen daño?
no lo voy a enterder me molestan los gatos de la calle pero ¡por Dios¡ no el mio vida esta cada vez mas necia
muchos abrazos.
Comella -
Lurdena -
Gore -