DIARIO
Después de mendigar que alguien se apiade de tus escritos, después de que viajen de aquí para allá, al fin, cobra sentido una nueva crueldad, la del censor, la del crítico irredento, la del corrector a tiempo parcial, la del poeta o escritor frustrado que cree -él dirá que con razón- saber mucho más que tú y se permite, sin reparo alguno, corregirte. Así donde dice pátina (barniz), elimina el acento y pone patina. Quizá le suene mejor al oído, ¿pero qué sentido tendrá ahora un objeto que patina en lugar de un objeto con una pátina de suciedad o de óxido? O aquella otra vez en la que al censor debió sonarle mal savia (de las plantas) y puso sabia, sin pensar que los árboles sólo pueden ser sabios figuradamente. Al censor nada le importa, piensa que ,además de corregir, está recreando el objeto del poema, o del escrito, en realidad no hace más que reinterpretarlo, reescribirlo. Algo que jamás se le pide. Pero el escrito no puede lamentarse y al autor le queda la pataleta cuando el libro está distribuido o la revista circulando. Entonces ya es tarde y la sangre se te apelotona en la garganta.
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Sir John More -
elita -