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MADERA DE NÁUFRAGO. Blog de Luis Vea.

DIARIO

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Después de mendigar que alguien se apiade de tus escritos, después de que viajen de aquí para allá, al fin, cobra sentido una nueva crueldad, la del censor, la del crítico irredento, la del corrector a tiempo parcial, la del poeta o escritor frustrado que cree -él dirá que con razón- saber mucho más que tú y se permite, sin reparo alguno, corregirte. Así donde dice pátina (barniz), elimina el acento y pone patina. Quizá le suene mejor al oído, ¿pero qué sentido tendrá ahora un objeto que patina en lugar de un objeto con una pátina de suciedad o de óxido? O aquella otra vez en la que al censor debió sonarle mal savia (de las plantas) y puso sabia, sin pensar que los árboles sólo pueden ser sabios figuradamente. Al censor nada le importa, piensa que ,además de corregir, está recreando el objeto del poema, o del escrito, en realidad no hace más que reinterpretarlo, reescribirlo. Algo que jamás se le pide. Pero el escrito no puede lamentarse y al autor  le queda la pataleta cuando el libro está distribuido o la revista circulando. Entonces ya es tarde y la sangre se te apelotona en la garganta.

2 comentarios

Sir John More -

De acuerdo contigo y con Elita, aunque apuntaría un detalle: creo que ese redondeo del que habla Elita debe hacerse corrigiendo errores ortográficos y alguna errata de esas que todos podemos tener, pero si un texto es malo, no debería ser labor del corrector rehacer el libro. Otro tema es que la editorial quiera publicar un bodrio, y la labor del corrector sea más la de un reescritor que la de un corrector propiamente dicho. El caso que apunta Luis (que también los habrá) es aún más sangrante, por supuesto... Saludos y encantado con la visita.

elita -

Pues te habrás topado con correctores que ni saben ni respetan. Pero te aseguro que no todos somos así, nuestro trabajo es muy importante a la hora de redondear un libro (si es que se puede...).